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miércoles, 6 de noviembre de 2019

Evangelio del día


Miércoles de la 31ª semana del Tiempo ordinario o día 6 de noviembre, conmemoración de los Santos

Pedro Poveda e Inocencio de la Inmaculada



El amor, para llegar a su cabal realización, exige la entrega mutua de las personas. Sólo de este modo puede ser el amor un «sí» pleno, porque una persona sólo se abre a la otra en la entrega. Sólo cuando llegan a ser una sola cosa es posible el verdadero conocimiento de las personas. El amor en esta forma suya, que es la más elevada, incluye por e so el conocimiento. Es, al mismo tiempo, recepción y acción libre; por consiguiente, incluye asimismo la voluntad y es satisfacción del deseo [...]. Ahora bien, debe ser siempre entrega para ser amor auténtico. Un deseo que sólo quiera sacar ventajas para sí, sin entregarse, no merece el nombre de amor. Podemos decir, tranquilamente, que el espíritu finito alcanza su vida más elevada y más plena en el amor...

       Si, en su realización más elevada, el amor es entrega mutua y un llegar a ser una sola cosa, eso incluye una pluralidad de personas. El «apego» a nuestra propia persona y la autoafirmación de nosotros mismos -típicos del amor a nosotros mismos equivocado- constituyen exactamente lo contrario de la esencia divina, que es entrega de sí. La única realización perfecta del amor es la misma vida divina, la mutua entrega de las personas divinas. Aquí cada persona encuentra en la otra a sí misma, y puesto que su vida es, como su esencia, una, así el amor recíproco es, al mismo tiempo, amor de sí mismas, es un «sí» dicho a la propia esencia y a la propia persona (E. Stein, // mistero della vita interiore, Brescia 1999, pp. 75-77, passim).


Evangelio: Lucas 14,25-35

En aquel tiempo,
25 como le seguía mucha gente, Jesús se volvió a ellos y les dijo:
26 -Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
27 El que no carga con su cruz y viene detrás de mí no puede ser discípulo mío.
28 Si uno de vosotros piensa construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos y a ver si tiene para acabarla?
29 No sea que, si pone los cimientos y no puede acabar, todos los que le vean se pongan a burlarse de él,
30 diciendo: «Éste comenzó a edificar y no pudo terminar».
31 O si un rey está en guerra contra otro, ¿no se sienta antes a considerar si puede enfrentarse con diez mil hombres al que le va a atacar con veinte mil?
32 Y si no puede, cuando el enemigo aún está lejos, enviará una embajada para negociar la paz.
33 Del mismo modo, aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío.

       **• La Palabra de Jesús y las «maravillas que realizó» (Lc 13,17) le procuraron que le siguiera mucha gente: ahora le vemos insistiendo en las exigencias que implica el seguimiento. En primer lugar, es preciso volver a apostar por la gratuidad y poner en cuestión nuestros propios vínculos afectivos e incluso nuestra propia vida (v. 26: nuestro texto traduce «renunciar» en vez del «odiar» que aparece literalmente en el texto original, porque «odiar» es un hebraísmo que implica un desprendimiento radical). El hombre de la parábola de Le 14,15-24 había comprendido bien que estaba justificado no poder corresponder a una invitación a cenar: «Acabo de casarme y, por tanto, no puedo ir» (Lc 14,20). Es preciso renunciar, además, «a todo lo que tiene» (v. 33).
       Si lo más urgente es buscar el Reino de Dios (cf. Lc 12,31), el seguimiento asume entonces la forma de la pobreza (pobreza de afectos, pobreza de bienes materiales): dejarlo «todo» (característica del relato de la llamada a los discípulos de Le 5,1-11) para ponerse «detrás» de uno (cf. 9,23), llevando la propia cruz (v. 27). No se trata de odiar, sino -como explica de manera adecuada Le 16,13- de la imposibilidad de servir a dos señores, de tener dos absolutos en nuestra propia vida. Parecerá que estamos perdiendo la vida, pero es el único modo de salvarla, y esto, en efecto, resulta evidente si nos preguntamos qué es aquello de lo que depende la vida: a buen seguro, no de los bienes (Lc 12,15).
       Es verdad, sin embargo, que la decisión de seguir a Cristo debe ser meditada de manera adecuada: del mismo modo que es necesario valorar los recursos disponibles para construir una torre y la oportunidad de hacer frente a un enemigo declarándole la guerra o preparando la paz (w. 28-32). Es preciso calcular nuestra propia fuerza/capacidad (w. 28-32), pero sabiendo - a ejemplo del Maestro, del fuerte que tuvo necesidad de consuelo (cf. Lc 3,16; 22,43)- que «lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» (Lc 18,27).

Reflexión

La Palabra del Señor interpela mi libertad y me provoca a elegir: ¿por quién y por qué vivo? Estoy invitado a hacer que brille la verdad dentro de mí, a decirme cuál es el valor absoluto que jerarquiza mi vida. Jesús nos dice claramente que la opción por él no puede estar subordinada a nada más. No se trata de una pretensión por parte del Señor, sino de una indicación preciosa: el hombre se convierte en tal cuando se unifica a sí mismo en torno a un polo; si no lo hace, se dispersa, asume mil rostros y se encuentra dividido. El radicalismo que el Señor me propone es la condición necesaria para llevar una vida auténtica.

       Pero me dice algo más: que es preciso que yo sea consciente de la opción que realizo. En esto consiste la invitación a conocerme a mí y a conocerle a él. No tiene sentido elegir «al azar» o hacerlo siguiendo la onda emotiva de cualquier experiencia «fuerte», por exaltadora o decepcionante que sea.
       Jesús quiere ser seguido por personas libres y responsables, que asuman de una manera coherente las consecuencias de la opción que han tomado. En el seguimiento de Jesús está implicado todo lo que soy, porque se trata de una cuestión de amor, de un amor que no es ciego, sino inteligente, de un amor auténtico y no de un amor trivial, de un amor que sabe atravesar los amplios espacios de la fidelidad, de la perseverancia, de la gratuidad.
       Fidelidad, perseverancia, gratuidad: son palabras que con excesiva frecuencia me dejan turbado, palabras que tengo miedo de llevar a la práctica, palabras con las que me parece que casi pierdo la vida. Jesús me repite que precisamente este amor es la realización cabal –no la pérdida- de la vida. ¿Qué elijo?